Princesita de Yungay
El Perú posee una mezcla de razas que han enriquecido su cultura. Esta mixtura étnica es representada por grandes personalidades artísticas que se sienten orgullosos de ser peruanos.
Angélica Harada, una de las máximas representantes de la canción andina, es uno de estos personajes.
La primera ola migratoria nipona al Perú arribó en condiciones de esclavitud durante la colonia. Prueba de ello es la existencia de un padrón, ordenado por el virrey Juan de Mendoza y Luna en 1633, que registra ciudadanos procedentes de la India, China y Xapón o Japón. Los Japoneses provenían de Mangacate, actual Nagasaki.
En 1899, otra ola de migrantes japoneses arribó al Perú. Fueron cerca de 700 personas quienes desembarcaron del barco “Sakura Maru.” Era la época en que cientos de inmigrantes japoneses trabajaban en las principales haciendas costeñas como agricultores y comerciantes. Durante su permanencia muchos fueron explotados por los hacendados. Dicho maltrato generó varias huelgas, como la sucedida en la Hacienda San Nicolás, al norte de Lima.
El ciudadano Mitsujo Harada inmigró al Perú en las primeras décadas del siglo XX. Natural de Miyano, Japón, Mitsujo trabajaba en la hacienda de Trapiche cuando conoció a Juana Vásquez Bonilla, natural de Yungay. Fruto de esta unión nació Angélica Harada Vásquez, en mayo de 1938, en el pueblo de Shacsha, en Yungay, Ancash. Angélica cuenta: “Mi mamá tenía su fonda en Trapiche. Allí se conocieron. Allí salió el romance y nací yo. Pero mi madre se fue a Yungay a dar a luz a su pueblo y mi padre se quedó. Lo conocí muchos años después.”
Su niñez transcuyó bajo un período de intenso racismo. Con la segunda guerra mundial en el siglo XX, los inmigrantes japoneses fueron maltratados, y sus negocios fueron expropiados arbitrariamente por el estado. Años después, éstos fueron compensados por el mismo estado, apoyándolos en la creación de asociaciones que permitan preservar su cultura.
Los inmigrantes japoneses lograron adaptarse a la cultura peruana. Dicha fusión provocó grandes muestras en la pintura, gastronomía, poesía y música. La Princesita de Yungay buscó demostrar esta interesante fusión mediante la música. Sus canciones a lo largo de su carrera han buscado unir ambas raíces.
Angélica Harada fue descubierta por su maestra, Enma Torres, quien la incentiva a presentarse en los festivales escolares. Al crecer, empieza a cantar pasillos, boleros y rancheras, pero por consejo de su cuñada incursiona en el huayno. Por sus rasgos japoneses, Angélica no se sentía segura de la aceptación del público.
En 1960, realiza su primera presentación en el Coliseo Nacional, en el distrito de La Victoria.
Para obtener licencía artística, Angélica tomó un examen en el Instituto Nacional de Cultura. Entre las 16 canciones propuestas a la evaluación, el jurado elegió al azar una o dos canciones. Al pasar la prueba, Angélica recibió el seudónimo de “Princesita de Huandoy.” Sin embargo, los nombres artísticos eran relacionados al lugar de orígen. Angélica habló con un miembro del jurado para cambiarse el seudónimo. De este modo pasa a ser conocida como la “Princesita de Yungay”.
Durante los inicios de su carrera, la Princesita de Yungay sufrió marginación cuando cantaba en alguna festividad. “Siempre nos marginaban, porque decían “los cholos, los serranos que cantan”. “En las fiestas nos tenían que poner al último, cuando la gente ya se estaba yendo o estaba con sus traguitos,” asegura.
Con el paso de los años esta situación ha cambiado. En 1967, recibe una medalla de oro de parte del Sindicato de Actores. En 1970, la Princesita de Yungay imparte clases de danza a los universitarios nikkei, en el local del Auditorio de propiedad del medio Perú Shimpo.
Angélica Harada también fue gestora de cultura, cuando este término aún no era empleado. Ha participado de proyectos artísticos que apoyan a los nuevos valores de la música andina, por medio de encuentros como “Wawa Mishky Taki.”
Angélica ahora es inmensamente reconocida. Canciones como “Corazoncito”, “Soy peruano”, “Retorno a Huaylas” o “Todo se puede olvidar”, han sido escuchadas no sólo en Perú, sino también en diferentes países, como el Japón, país que visitó gracias a la invitación de un cónsul honorario.
Durante este viaje, la Princesita de Yungay descubre la similitud entre la cultura peruana y la japonesa. Como el parecido de la danza cuzqueña Kachampa, a una danza originaria de Okinawa. Así como la existencia del Warazan, versión japonesa de los quipus incaicos. En la pesca, los japoneses utilizaban un ave llamada ukai para atrapar a los peces, y esta técnica fue practicada por los Mochica, haciendo uso de las aves guayanes. En la agricultura, los japoneses emplearon los Tanada (similares a los andenes Inca) para el cultivo de arroz. En la sierra peruana, es típico ver en los techos de las casas un par de toritos para protegerse de los malos espíritus. En Okinawa, utilizan un par de perros león como protección.
Un estudio científico del 2009 reveló un vínculo genético entre las culturas Mochica (Perú) y la Ainu (Japón). Dicho descubrimiento inspiró a que la Princesita interpretara ocasionalmente huaynos en japonés.
Pero así como la Princesita se siente orgullosa de difundir nuestra música, también se preocupa por la falta de calidad en las nuevas producciones ofrecidas al mercado.
Angélica no se guarda nada. Entiende que en ocasiones la crítica despiadada es sólo un profundo gesto de amor. Muchas veces ha expresado su descontento ante la brecha que divide a los folcloristas tradicionales y los folclóricos de la actualidad.
“Nos llamamos folcloristas porque cantamos huaynos tradicionales. Respetamos a los autores y a la música tal como es. En cambio, los folclóricos salen a cantar y atropellan la música, se adueñan de ella, cambian las letras clásicas…,” sostiene Harada.
La ausencia de entidades que preserven la calidad y valoración de la música andina ha causado serias secuelas. Hoy en día, el ser cantante es una profesión descuidada, debido a una carente e improvisada preparación.
“Ya nadie lo regula, no tienen que estudiar, y a veces ni se inscriben. La que quiere ser cantante canta cualquier cosa. Como tienen más facilidades que antes, graban una canción, y ya son ‘artistas’. En cambio, nosotros teníamos que lucharla, prepararnos para ser profesionales, porque nos califican…”, afirma la Princesita.
La música andina es un género que nos identifica. Es importante que su contenido no se separe de nuestra herencia ancestral. A la vez exigir a sus difusores que estén preparados para brindar canciones de calidad, dignas de representar al Perú.
Para Angélica, toda obra artística debería trascender más allá de lo personal: “Yo veo hacia atrás mis inicios, sus altos y bajos. Se sufre bastante. Pero es un placer, porque me gusta el arte.”
Angélica Harada es un ejemplo de amor al Perú. Sus rasgos nikkei no le impidieron difundir el folclor andino, ejerciéndolo apasionadamente durante 58 años de carrera artística.